Los campesinos navarros ante la revolución burguesa: espacios para la lucha de clases (1841-1868)

A partir de 1841, Navarra vive una época de relativa tranquilidad, tras la sucesión de conflictos militares que asolaron el territorio navarro: la Guerra de la Convención, la guerra napoleónica, las partidas realistas y la 1ª Guerra Carlista. La entrada en vigor de la Ley de Modificación de Fueros, estableciendo unas nuevas relaciones entre el viejo Reino y el incipiente Estado liberal español, será el punto de partida de nuestro análisis. Coincide con el despliegue del proceso revolucionario burgués, un periodo de intensos cambios debido a la aplicación de las sucesivas medidas liberales en nuestro territorio: los señoríos, las pechas, los mayorazgos y la Mesta fueron suprimidos; se abolieron los privilegios de los municipios del Antiguo Régimen; se aplicaron medidas como la libertad de cercamientos, de cultivo, de precios y salarios; y se favoreció un proceso de intensificación productiva agrícola. Todo ello acompañado de un paulatino retroceso de los patrimonios municipales, único recurso financiero para hacer frente al creciente endeudamiento de los ayuntamientos, tras medio siglo de constantes exacciones militares, y de la aplicación de una reforma fiscal que convirtió a los entes locales en meros agentes de la hacienda. Medidas que condujeron a una transformación de la funcionalidad de los aprovechamientos comunales, así como a una relativa desarticulación de la propiedad comunal, elemento central en las relaciones socio-económicas en el mundo rural navarro hasta ese momento.

Todos estos cambios provocaron un contrastado incremento de la conflictividad social y, por extensión, de la criminalidad. La integración de las economías campesinas en la lógica del mercado, la crisis del modelo económico tradicional y su suplantación por otro basado en la doctrina capitalista iban a provocar una serie de enfrentamientos múltiples, que se transformarían en un aumento de la inestabilidad social, fruto de la tensión producida por los beneficios o perjuicios que su implantación provocó en la sociedad. Se fue construyendo, así, una nueva sociedad, que fue desterrando, en palabras de Thompson, la economía moral, aquélla que garantizaba un salario y un precio justo, expresiones de lo que venía a denominarse como justicia social comunitaria. Poco a poco, con el transcurrir de los años, no sólo la propiedad comunal sufrió los envites del proceso revolucionario, hasta ser desarticulada en buena medida, sino toda una concepción comunitaria que, aun no siendo igualatoria, no encajaba en la mentalidad burguesa.

Ante ello, las respuestas campesinas fueron intensas. No siempre fueron colectivas; ni siquiera llegaron a ser uniformes; tampoco fue preciso que estuvieran organizadas; diariamente fueron surgiendo, como diría Scott, formas cotidianas de resistencia, es decir, una serie de pequeños actos, como hurtos, ataques contra la propiedad, incendios, pequeñas alteraciones del orden público, reyertas, lesiones, etc. que fueron mostrando el grado de oposición de los afectados ante la forma de implantar el proceso revolucionario burgués. Los mercados, los ayuntamientos, los fielatos, pero, también, la calle, a la salida de esas escuelas del crimen que eran las tabernas, o de la casa de tertulia, bien regados de vino, hecho el acopio de hombría preciso, se convertían en escenario donde el descontento social, consecuencia de la inequidad que caracterizó al proceso revolucionario, se fue haciendo cada vez más presente en los pueblos navarros